Aún meditando en el libro de
Daniel, me deparé con el segundo sueño del rey Nabucodonosor.
“Crecía este árbol,
y se hacía fuerte, y su copa llegaba hasta el cielo, y se le alcanzaba a ver
desde todos los confines de la tierra. Su follaje era hermoso y su fruto
abundante, y había en él alimento para todos. Debajo de él se ponían a la
sombra las bestias del campo, y en sus ramas hacían morada las aves del cielo,
y se mantenía de él toda carne. Vi en las visiones de mi cabeza mientras estaba
en mi cama, que he aquí un vigilante y santo descendía del cielo. Y clamaba
fuertemente y decía así: Derribad el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el
follaje, y dispersad su fruto; váyanse las bestias que están debajo de él, y
las aves de sus ramas.”Daniel 4:11-14
Él tenía la apariencia, era fuerte y hermoso, todos conocían su poder
y majestad, lo tenía en abundancia y los demás podían contemplarlo.
Pero había un problema en el interior. La apariencia del exterior no
concordaba con lo que había internamente, el interior era orgulloso y corrupto.
¿De qué sirve que tengamos apariencia de siervas, muchas obras, si
nuestro interior está corrompido, orgulloso, no reconociendo a Dios como Señor
de nuestra vida?
Las muchas hojas, frutos, reconocimientos y altivez se tornaron nada
delante del Todopoderoso.
Las muchas bendiciones, milagros, responsabilidades, autoridad, para
quien no reconoce que son dadas por las manos de Dios y para glorificar a Dios,
se tornarán piedras de tropiezo en sus vidas, así como sucedió con
Nabucodonosor, que no quiso reconocer a Dios como Señor, porque él creía que
era el autor de su propio éxito y no le atribuía eso a Dios.
Dios no ve sólo nuestras obras, aquello que aparece, que es visible a
los ojos. Dios lo primero que ve es nuestro interior.
Tal vez muchos se han preocupado en mostrar trabajo, hacer mucho y hasta
son vistos como ese árbol lleno de hojas y de linda apariencia, pero mientras
tanto su interior está seco e infructífero.
Meditemos siempre en eso, cuidando nuestro interior.
1 comments:
Muy buena reflexión. Muchas veces por las responsabilidades dadas nos tramos orgullosos y arrogantes y descuidamos nuestro verdadero ministerio que es servir. Aún con responsabilidades debemos mantenernos humildes y sinceros ante Dios y los hombres.
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