martes, 2 de febrero de 2016

Secretos de una hija de pastor 3 – El abuso




Esa raíz mala que cargaba conmigo sucedió cuando yo era muy pequeña, no recuerdo con exactitud la edad, pero creo que comenzó a los 6 años de edad.

Si, sufrí abuso sexual cuando era una niña por parte de un familiar. No fue apenas una vez, sino años… Para mí, todo comenzó como un juego, no entendía ni tenía malicia alguna, pero a medida que fui creciendo y fui entendiendo, algo adentro mío cambió. Con la consciencia de que aquello no era un juego, me alejé de aquella persona y comencé a tener bronca, rabia de él, indignación, y entonces cambié, mi carácter cambió.

Quise olvidarme de todo aquello y enterré en lo más profundo de mi memoria. No quería ni siquiera tener un pequeño recuerdo de nada, quería esconderlo a todo costo, me daba mucha vergüenza. ¿Contarles a mis padres?  Ni pensarlo, JAMÁS ¿Cómo les explicaría eso? Cuando llegué a Japón y comencé a oír todos aquellos insultos en la escuela, de que yo era fea y etc, todo eso empeoró aquel sentimiento de inferioridad, el complejo, el sentirme sucia e indigna. Era como si aquellas palabras negativas confirmaran lo que yo creía de mi misma. Yo no entendía que aquella rabia, aquel mal carácter, aquella indignación tenía un origen en mi infancia. Sí, el abuso me hizo muy,  muy mal.

El diablo trabajaba tanto en mi mente, al punto de hacerme pensar que Dios no existía, pues si existiese, entonces ¿por qué había permitido que yo pasase por tantas cosas malas? Yo siempre me preguntaba: “Yo era la hija del pastor ¿por qué Dios no me guardó? ¿Dónde está Dios que no Lo veo en mi vida?” La rabia contra la Iglesia Universal crecía en mi pecho a cada palabra de desprecio que oía en la escuela. Y las famosas preguntas: “¿Por qué yo? ¿Por qué Dios no hace nada por mí? ¿Dónde está Dios? Mi padre habla tanto de ese Dios ¿Dónde está Él?” era una constante en mi vida. Lágrimas y más lágrimas derramé en mi cuarto. Aun así, yo nunca culpé a mis padres, ni pensé mal de ellos, jamás. Claro que yo no veía al diablo trabajando en mi vida, trabajando en mi mente, haciéndome pensar así, pero aun así, no juzgaba a mis padres ni los culpaba por mis infortunios.

Todo eso me hizo ser una persona frustrada, llena de complejos de inferioridad, llena de rabia y odio de la Iglesia, rebelde, fría, no me gustaba expresar amor a nadie, era callada, con un muy mal carácter y hasta con deseos de morir. Hasta que un día, de mis 13 para mis 14 años, cansada de todo eso, en mi cuarto solita, hice una oración. Dije: “Dios, si usted realmente existe, si lo que mi padre habla y esas personas que dan testimonios son verdaderas, entonces yo quiero ver al Señor en mi vida también. Estoy cansada de llorar y de todo eso, entonces Dios, yo voy a hacer aquello que orientan en la Iglesia, pero yo quiero ver al Señor en mi vida. Quita la tristeza y todo lo malo que hay en mí, quiero cambiar. Quiero ser feliz.”

Semana que viene cuento cómo vencí todo eso y tuve mi encuentro con Dios. Tenemos un encuentro marcado ¿sí? Dios las bendiga, y hasta entonces.

¿Y usted, ha pasado por algo parecido con mi testimonio? Cuéntenos su historia o experiencia también, eso ayuda mucho a nuestras amigas lectoras. ¿Cuento con su ayuda, ok? Semana que viene cuento como vencí todo eso y tuve mi encuentro con Dios. Tenemos un encuentro marcado. Dios las bendiga.

Ps. Y para glorificar a mi Señor Jesús, y mostrar que Él es grandioso, misericordioso y maravilloso, hoy cumplo 14 años de matrimonio con un gran hombre de Dios que me hace feliz todos los días. Miren la diferencia en mi antes y después. Solo Dios puede hacer eso.

Juliana Furucho


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