lunes, 19 de octubre de 2015

El justo, las palmeras y el cedro del Líbano



“Como palmeras florecen los justos; como cedros del Líbano crecen. Plantados en la casa del Señor, florecen en los atrios de nuestro Dios. Aun en su vejez, darán fruto;    siempre estarán vigorosos y lozanos, para proclamar: «El Señor es justo; él es mi Roca, y en él no hay injusticia.»”  Salmos 92:12-15

Leyendo ese salmos, esos versículos especialmente me llamaron la atención, y quise saber por qué Dios nos compara con palmeras, ¿Por qué nos compara a los cedros del Líbano?
Y vea, las palmeras dan flores todo el año, y en el debido tiempo da su fruto pero siempre hay flores en ella, lo que nos hace ver que Dios quiere encontrar flores en nosotros mismos y en medio a los desiertos, nos quiere ver mostrando su belleza, lo que tenemos en nuestro interior a través de una palabra, de una actitud, ¡siempre floreciendo!
¡Ahora el cedro del Líbano es maravilloso! Cuando ese árbol tiene cerca de 3 o 4 años mide a penas 5 centímetros, pero su raíz ya tiene la profundidad de cerca de un metro y medio, mirando su exterior ella es insignificante, 5 centímetros en 4 años ¡no es nada! Pero Dios ya sabe lo que ella será, porque antes de aparecer para que el mundo la aprecie, ella se preocupa en crear raíces. Cuando alcanza su tamaño ideal ella llega a medir 40 metros de altura, su madera es utilizada en grandes construcciones, es linda y valiosa, en ese tiempo su raíz ya se profundizó tanto que encontró sus propias aguas subterráneas,  el Cedro del Líbano no depende de factores exteriores para estar siempre verde y producir frutos, no depende de la lluvia, no teme al viento, al clima, nada de eso pues ella ya encontró su propia fuente de agua, y si ella se encuentra una roca, su raíz no para, ella da vuelta la roca como abrazándola, y sigue su camino aún más fortalecida.
¡No muera en su desierto! Sino úselo para profundizar sus raíces, seamos como José que aun siendo guiado al desierto, vendido como esclavo, siendo acusado de algo que no había cometido, siendo preso… no murió en el desierto, no tuvo malos ojos, no ensució su corazón, no tuvo deseo de venganza, nada de eso. Sino que aprovechó su desierto, profundizó sus raíces, se mantuvo fiel, entró como esclavo pero salió como gobernador de allí, porque nunca miro la situación en su vuelta, por eso floreció.
¡Dios sabe cuán profunda es nuestra raíz y lo que podemos soportar!
Entonces ¿qué situación nos puede parar? ¿Qué desierto nos puede hacer morir? Debemos estar firmes en la roca que es Jesús manteniendo nuestra comunión con Él hasta llegar a ser lo que Él espera que seamos y alcancemos nuestras propias aguas subterráneas, que emanarán para la vida eterna.

Colaboró: Elaine Scheffer


1 comments:

Unknown dijo...

Cedro en el Líbano.

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