“Como palmeras florecen los
justos; como cedros del Líbano crecen. Plantados en la casa del Señor, florecen
en los atrios de nuestro Dios. Aun en su vejez, darán fruto; siempre estarán vigorosos y lozanos, para
proclamar: «El Señor es justo; él es mi Roca, y en él no hay injusticia.»” Salmos
92:12-15
Leyendo ese salmos, esos versículos especialmente me llamaron
la atención, y quise saber por qué Dios nos compara con palmeras, ¿Por qué nos
compara a los cedros del Líbano?
Y vea, las palmeras dan flores todo el año, y en el
debido tiempo da su fruto pero siempre hay flores en ella, lo que nos hace ver
que Dios quiere encontrar flores en nosotros mismos y en medio a los desiertos,
nos quiere ver mostrando su belleza, lo que tenemos en nuestro interior a
través de una palabra, de una actitud, ¡siempre floreciendo!
¡Ahora el cedro del Líbano es maravilloso! Cuando ese
árbol tiene cerca de 3 o 4 años mide a penas 5 centímetros, pero su raíz ya
tiene la profundidad de cerca de un metro y medio, mirando su exterior ella es
insignificante, 5 centímetros en 4 años ¡no es nada! Pero Dios ya sabe lo que
ella será, porque antes de aparecer para que el mundo la aprecie, ella se
preocupa en crear raíces. Cuando alcanza su tamaño ideal ella llega a medir 40
metros de altura, su madera es utilizada en grandes construcciones, es linda y
valiosa, en ese tiempo su raíz ya se profundizó tanto que encontró sus propias
aguas subterráneas, el Cedro del Líbano
no depende de factores exteriores para estar siempre verde y producir frutos,
no depende de la lluvia, no teme al viento, al clima, nada de eso pues ella ya
encontró su propia fuente de agua, y si ella se encuentra una roca, su raíz no
para, ella da vuelta la roca como abrazándola, y sigue su camino aún más
fortalecida.
¡No muera en su desierto! Sino úselo para profundizar
sus raíces, seamos como José que aun siendo guiado al desierto, vendido como
esclavo, siendo acusado de algo que no había cometido, siendo preso… no murió en
el desierto, no tuvo malos ojos, no ensució su corazón, no tuvo deseo de
venganza, nada de eso. Sino que aprovechó su desierto, profundizó sus raíces,
se mantuvo fiel, entró como esclavo pero salió como gobernador de allí, porque
nunca miro la situación en su vuelta, por eso floreció.
¡Dios sabe cuán profunda es nuestra raíz y lo que
podemos soportar!
Entonces ¿qué situación nos puede parar? ¿Qué desierto
nos puede hacer morir? Debemos estar firmes en la roca que es Jesús manteniendo
nuestra comunión con Él hasta llegar a ser lo que Él espera que seamos y
alcancemos nuestras propias aguas subterráneas, que emanarán para la vida
eterna.
Colaboró: Elaine Scheffer
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Cedro en el Líbano.
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