“éste
les dijo:
—Tomen
con ustedes a los funcionarios de la corte, monten a mi hijo Salomón en mi propia mula, y llévenlo a
Guijón 34 para que el sacerdote Sadoc y el profeta Natán lo unjan como rey de
Israel. Toquen luego la trompeta, y griten: “¡Viva el rey Salomón!”
1 Reyes 1:33-34
Esta semana estaba leyendo esta palabra,
cuando de repente algo en ella me llamó mucho la atención, una palabra que está
destacada arriba, y que tal vez si no fuese por eso, usted no la habría notado.
¿El nuevo rey de Israel siendo presentado
arriba de una mula? ¿Será que el gran rey David no tenía un caballo ornamentado
o un carruaje digno de un rey para montar al sucesor al trono?
¿Por qué, entonces, anunciar al nuevo
monarca por las calles de la ciudad en una simple mula?
Aquí está el secreto del éxito de un rey, vamos
a hablar, en nuestro caso, del éxito de un siervo de Dios: la humildad.
Humildad para aprender y enseñar, para
reprender y ser reprendido, para servir y ser servido, para perder y para
ganar, humildad para saber que estamos aquí por la vida de las personas y no
por la nuestra.
Nosotros que realizamos la obra de Dios,
somos el rey para el pueblo; orientamos, enseñamos, ayudamos, el rey está para
servir al pueblo, si le falta esa cualidad que es la humildad, su reinado no
será duradero, y sí temporario.
Aquella mula representaba todo eso, de lo
que Salomón debería estar siempre bien consciente: usted va a ser el rey de
esta nación, pero recuerde que todo viene de Dios, usted es apenas un siervo,
el verdadero rey es Él.
Tal vez cuando muchos fueron escogidos
para servir a Dios, venían montados en una simple mula, pero ahora sólo quieren
andar a caballo, se olvidaron de dar la honra a quien merece honra.
Medite y vea si usted continúa montando
una mula, ¡o si ahora exige un lindo y ornamentado carruaje!
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