Yo no me avergüenzo de decir que quedé sin fuerzas, me sentía sola, como si no hubiera nadie que pudiera ayudarme, a menudo pensaba que si por lo menos mi hermana estuviera conmigo, porque para entonces ya se había ido hacía algún tiempo para servir a Dios en el altar a un lugar lejos de mí.
Yo estaba muy enojada, porque yo quería que mi hermana que siempre había sido mi confidente y mi gran amor estuviera cerca, el problema era que no podía manejar la situación y en lugar de ir a los pies del Señor, mi corazón se endureció. Nuestra ignorancia es tan grande que a veces pensamos que Dios nos necesita para algo, cuando en realidad somos nosotros los que dependemos totalmente de Él. En ese momento tampoco era ya obrera, porque era consciente de que no podía hacer la obra con el corazón de esta manera.
Me sentía la peor de las criaturas porque no era lo que deseaba. Tuve algunos problemas en mi matrimonio, no es que nuestro amor se enfríase, gracias a Dios nunca ocurrió, pero no pensábamos más de la misma manera.
Lejos de Dios, lejos de la iglesia, con el corazón roto porque nos costó perdonarnos a nosotros mismos, pues estábamos pasando por todo eso lejos de Dios y el precio era demasiado alto, apenas sabíamos que no terminaba aquí, ya que queríamos mucho tener un hijo y cuando recibí la noticia de que no lo podía tener, se me cayó el mundo encima y creí que todo estaba perdido. No estaba haciendo lo que más quería que era servir al Señor Jesús, y para colmo no podía tener hijos, así, mi corazón ya no tenía sentimientos, se volvió un pedazo de hielo. Parecía que este desierto no tenía fin.
Mi querida hermana siempre me llamaba y me escribía para que volviera de nuevo al Señor. Ella fue incansable conmigo, después de oírla lloraba y en todas las cartas me deshacía, pero la dureza de nuestro corazón y la falta de madurez espiritual no lo permitirían. Mal sabíamos que estábamos extendiendo aún más nuestro desierto.
En lo profundo de mi corazón era tan grande la nostalgia de la presencia de Dios y la iglesia, pero desafortunadamente no tenía la fuerza para regresar. Lo que me hace feliz hoy es que Él vio y oyó los gemidos de mi alma aunque se encontraba tan débil. Dice en su Palabra que antes que las palabras lleguen a nuestra boca Él ya sabe lo que vamos a decir, ¡impresionante que Dios nos ame tanto y nunca renuncie a nosotros!
Pero un día, en que ya estaba por el suelo pensé: “no voy a estar postrada el resto de mi vida”. Oraba a Dios por misericordia y clamé con sinceridad, entonces empecé a decirle a mi marido cómo extrañaba mi vida con Dios. Al principio él quedaba aprensivo, pero me dije a mí misma, “no me rendiré, voy a volver y ganar a mi marido de vuelta para Jesús”.
No fue fácil, pero mi amado Dios tenía una estrategia para nosotros:
Una pareja amiga nos encontró un día mientras caminábamos, ya no nos veíamos desde hace años, son cristianos y nos preguntaron cómo estaba nuestra relación con Dios. De inmediato bajamos nuestras defensas y nos abrimos con ellos, que usados por Dios, nos llevaron de vuelta a los brazos de Él. No fue fácil, había mucho que moldear en nuestro interior, muchas heridas en el alma y el único que podía sanarlas era Jesús, pero poco a poco nos fuimos levantando y restaurando.
Nuestro reencuentro con Dios fue maravilloso. Enseguida regresamos a los principios que sabíamos para agradar a Dios, poniendo nuestros diezmos delante de Dios para ser fieles a Él, porque estábamos decididos a agradarle y de hecho estamos teniendo nuestras experiencias con Dios. Hasta que un día, después de todo este proceso que ha durado por años, nació el deseo de regresar a la Iglesia Universal, de vuelta a donde todo comenzó con Dios y de donde nunca debíamos haber salido.
continua...
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