Nosotros seremos salvos por la fe en Jesús y no por la cantidad de buenas
obras. Mientras tanto, una fe sin obras no es real, si digo que tengo fe pero
no la materializo o no tengo coraje para efectuarla ¿Qué benefició habrá?
¡Ninguno! Sería como tener corazón y que él no funcionara, estaría dentro de
mí, pero no me daría vida.
Sin el uso de la fe, la persona sigue repleta de problemas y con la vida
destruida. No me refiero solamente a las conquistas físicas, sino que hasta
para alcanzar la Salvación es necesaria la fe. No sirve tener fe y no hacer uso
de ella para dejar el pecado, las tradiciones y la religiosidad, y así obedecer
la Palabra.
La fe genuina y sobrenatural, concedida por el propio Dios, nos impulsa a
actuar y no a quedar de brazos cruzados. Ella nos muestra que no existen
barreras que no podamos ultrapasar, aunque las circunstancias demuestren lo
contrario.
No podemos mostrar nuestra fe con palabras, pero por medio de la
transformación de nuestra vida es posible colocarla en evidencia, aun sin
hablar nada.
Claro que esta fe viene por la obediencia a la Palabra de Dios, nadie que
vive en desobediencia es poseedor de la fe sobrenatural, ella es la fuerza del
Espíritu Santo dentro de cada uno de nosotros y la única que tiene el poder de
cambiar nuestra vida, comenzando por nuestro interior.
“Así
también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.” (Santiago 2:17)
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