En estos
días estaba conversando con mi esposo sobre las cosas que aprendí cuando
todavía era una niña, que mis padres me enseñaron y me gustaría compartirlas
hoy con ustedes.
Una de las
cosas que aprendí desde pequeña, fue a orar. Sé que todas ustedes deben decir:
“Ah, yo también sé, todas oramos”. Pero no estoy hablando de orar por orar, y
sí de conversar con Dios. Aprendí que, cuando oramos debemos despejar nuestra
mente de todo, y elevar nuestros pensamientos a Dios. Yo acostumbro a
imaginarme delante del trono de mi Señor y converso con Él y tengo la certeza
de que Él está ahí oyéndome. No digo palabras repetitivas, sino que hablo todo
lo que está dentro de mí, con toda sinceridad, pues Dios me conoce mejor de lo
que yo me conozco. Orar es hablar con tu mejor amigo, es el momento en que tú
eres lo que eres; es el momento en que desahogamos con Dios, lloramos, reímos,
agradecemos, descargamos nuestras preocupaciones, pedimos por alguien, adoramos,
buscamos el Espíritu Santo… esa es la oración que agrada a Dios, cuando ella
sale de nuestra boca con toda sinceridad.
El hábito
de orar nos hace personas más fuertes, pues cuanto más llenamos nuestros
pensamientos con las cosas de Dios, cuanto más hablamos con Él, cuánto más
conversamos, entonces, más intimidad tenemos con Dios. ¿No es así también con
nuestras relaciones? Cuanto más conversamos con nuestras amigas, más próximas
nos tornamos e inclusive se nos pegan algunas manías, gestos y maneras de ser
de tanto aproximarnos a ellas. En una relación sentimental es igual: cuanto más
conversamos con nuestro marido, más íntimos nos volvemos. Todo el mundo sabe
que un matrimonio sin diálogo es un matrimonio predestinado al fracaso, de la
misma forma es nuestra relación con Dios, sin diálogo (oración) no tiene como
ser sustentada.
¿Ustedes
ya percibieron que el diablo ha hecho de todo para crear distracciones y
entretenimientos para ocupar cada segundo de nuestra vida al punto de no tener
tiempo para orar? Es ahí que debemos vigilar. Tenemos que priorizar las cosas
de Dios y no dejar que nada interfiera en nuestro momento de invertir en las
cosas de nuestro Señor. Claro que siempre tendremos muchas cosas que hacer en
nuestro día a día, pero cabe a nosotros saber colocar cada cosa en su debido
lugar. Cuando amamos verdaderamente a Jesús, tenemos el placer de hablar con
Él, de estar ahí en sintonía, pues es lo primero en nuestra vida, nuestro
verdadero amor, lo más importante… Por eso, no es difícil priorizarlo. Pero, si
alguien coloca todo y a todos antes de Jesús, ¿cómo puede querer que Él le
responda si el tiempo que esa persona pasa con Él no tiene ninguna calidad? ¿Es
justo? No amigas, por eso, invierta en su relación con Dios, ten el hábito de
conversar con Jesús: al despertar, agradece; al comer, agradece; antes de tomar
decisiones, pide dirección a Dios; antes de salir de casa, pide protección.
Depende de Dios en todo y verás que tus oraciones serán atendidas. Vamos a orar
más y a reclamar menos. La semana que viene, escribiré el segundo paso.
Que Dios
me las bendiga mucho. Un beso grande a todas y hasta la semana que viene.
Juliana Furucho
Traducido
por: Milena Pignatta
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