Desde mi bautismo con el
Espíritu Santo, nació dentro de mí el deseo de servir a Dios en el Altar y
nunca dudé de eso. Eso sucede porque el propio Dios nos elige para servirlo. Es Él quien coloca ese llamado en
nosotros. Nunca me importé en sí tendría casa para vivir, auto o alguna
comodidad, por el contrario, yo ya había
visto en mi propia vida cómo es la vida de un pastor, pues en el
comienzo del ministerio de mi padre vi cómo eran las luchas, pues ya vivimos en el fondo de la iglesia en una ciudad en el
interior de Brasilia, donde nuestro baño era el mismo que el del pueblo, dentro
del salón de la Iglesia. Vivimos también en un pequeño cuarto encima de la
Iglesia, sin ninguna comodidad. Ya también habíamos vivido en una minúscula
casa en Japón con la familia de mi padre, un total de 9 personas, donde
dormíamos en el piso de la sala yo y toda mi familia. Hemos también andado en
bicicleta bajo nieve, lluvia o sol, pues no teníamos auto… en fin, yo siempre
supe que la Obra de Dios no era un mar de rosa, pero sí de luchas, sacrificios,
renuncias todo el tiempo. Sabía que no tendría más el derecho de elegir dónde
vivir, qué auto comprar o para dónde ir, pues mi vida estaría en las manos de
Dios y Él decidiría todo. Saben amigas,
hasta es gracioso decir eso hoy, pues me acuerdo que yo le pedía a Dios que
cuando me casara yo quería ir para África, pues quería ayudar a aquellas
personas sufridas, a los niños y hasta decía a Dios que no me importaría dormir
en el suelo, o hasta quedar sin comer para poder darle al pueblo mi parte y así
enseñar la Palabra de Dios. Ese era mi sueño y aún lo es jeje. Pero ni siempre
lo que queremos es lo que Dios nos ha preparado para nosotros.
Hoy en día veo a muchas jóvenes
queriendo casarse con un pastor, a veces no es porque dentro de ellas late una
pasión, un deseo fuerte de ganar almas, y sí porque ve a una esposa o al pastor
de su Iglesia y cree que es bonito y le gustaría de ser así también. Pero ser
esposa de pastor va mucho más allá de estar arregladita en la Iglesia. Ser
esposa de pastor es ser la renuncia en persona. Es ser trabajadora, guerrera,
fuerte, pero al mismo tiempo humilde. Es mantener una sonrisa en el rostro y
llorar a los pies de Jesús. Es amar al pueblo, dar su vida por las personas. Es
pensar en su prójimo y no en sí misma, en su propio beneficio. Ser esposa de
pastor es algo lindo y maravilloso, pero no es fácil, no es para cualquier persona, la obrera tiene que
primero ser nacida de Dios, ser llena del Espíritu Santo, pues si no lo es,
ella entrará en la obra por los motivos equivocados y no será feliz y lo peor
es que amarrará a un hombre de Dios, que
podría estar ganando muchas más almas. Amigas, cuando nacemos de Dios el propio
Dios coloca dentro de nosotros ese deseo ardiente de ganar almas y estamos
dispuestas a dejar todo por amor a esas personas sufridas. Cuando tenemos ese
llamado de Dios dejamos de pensar en nosotras mismas y nuestro único deseo pasa
a ser el de agradar a Dios. Si usted desea ser esposa de pastor, analice bien,
vea si hay un motivo personal dentro de usted, vea si su amor por las almas va
más allá de una posición, vea si de verdad usted está dispuesto a obedecer a
Dios sin titubear. Vea si Dios colocó dentro de usted ese llamado y si es así
puede tener la certeza que en la hora cierta Él la llamará. Semana que viene
contaré acerca de mi primer novio. Un beso grande a todas y hasta entonces.
Dios las bendiga.
Juliana Furucho
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